La crisis de los abusos lleva a mirar de cerca el futuro de la vida consagrada, después de un siglo de aggiornamento de la vida religiosa y de manifestaciones atribuidas al Espíritu en las llamadas nuevas comunidades. ¿Serán suficientes las reformas de la vida comunitaria en el mundo religioso? ¿Acaso la increíble institucionalización de la vida consagrada no la ha esclerotizado, mientras se encontraba -como los últimos surgimientos de esta forma de vida- luchando con el desafío de la esperanza pascual? Si hay que rehacerlo todo, ¿hay que tirarlo todo? A fin de cuentas, ¿no anuncian los inicios de una metamorfosis de la vida consagrada lo que espera toda la Iglesia?